Derechos Humanos: Vida, Vivienda y Ciudad

A Omayra Rivera, del ejército de mujeres imprescindibles…

Hay realidades que nos golpean en la cara un día y es imposible volver a ser los mismos. El tema que quisiera plantear está compuesto de historias con matices distintos pero remiten a un mismo problema. Digamos que todo comenzó un sábado temprano en la mañana. Nos convocaba a trabajar una hermosa iniciativa de recuperación de una propiedad abandonada que deseamos sea el futuro Museo de la Memoria de la comunidad de Tras Talleres. La arquitecta Omayra Rivera -amiga y colaboradora que coordinó la brigada de trabajo – y yo, habíamos ido primero a Casa Taft 169 a recoger algunas de las herramientas que necesitaríamos ese día. Apenas nos estábamos preparando para iniciar la tarea cuando llegó Francisco y se interesó por lo que estábamos haciendo. Recuerdo que me dijo que era miembro de la comunidad y, sin mucho más, nos pidió alguna tarea y se puso manos a la obra.

derechoshumanos_vivendayciudad_1El cuento corto es que Francisco nos acompañó durante todo el día. Trabajó durísimo a pesar de tener una ligera deformación en su mano derecha. Ya caída la noche, cuando nos preparábamos para recoger e irnos, supimos que Francisco no vivía en la comunidad sino que dormía en un parque al aire libre lejos de allí, en Villa Palmeras. Sólo me pidió que le regalara el sombrero verde de paja que había estado utilizando para protegerse del Sol. A Omayra le pidió un par de pesos para comprarse un Wopper y pon de regreso a su “casa”. Como teníamos tantas cosas que cargar y guardar, Omayra primero llevó a Francisco y regresó a buscarme para, entonces, dejarme a mí donde vivo. En el camino, intentando superar la sorpresa y la pena, me contó que se había puesto nerviosa pero que todo había ido bien. Días más tarde recibí un mensaje de texto en el que ella me contaba que, por vueltas del destino, se había visto involucrada en una situación desagradable con otra persona sin techo. Como Omayra es un ser humano tan especial, a pesar de lo violento y peligroso del incidente, su reflexión final fue que la vida le estaba enviando señales de que debía dedicarse a trabajar el problema de las personas sin hogar en la ciudad.

Varios días después de recibir el mensaje de Omayra, ella me volvió a escribir para contarme que, luego de una larga espera, el Municipio de San Juan iba a ceder oficialmente una propiedad abandonada en Río Piedras (muy cerca de la Plaza del Mercado) a la organización Estancia Corazón. Esta organización desarrolla distintas iniciativas todas orientadas a servir a un sector de nuestra población que está en situación de vulnerabilidad porque carecen de cuidados básicos por no tener un techo y un lugar digno donde vivir.

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Hace apenas dos días tuve la suerte de tropezarme en internet con una promoción sobre una actividad titulada: Derechos humanos, acceso a un hábitat digno y políticas públicas. Increíblemente, la conferencia estaba a punto de comenzar pero me encontraba muy cerca del lugar donde se iba a llevar a cabo así que pude llegar justo a tiempo. Entre las cosas más duras que se dijeron, una relatora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) especialista en vivienda y desarrollo, hizo hincapié en cómo se ha extendido en todo el mundo la tendencia a “revitalizar” las ciudades desplazando a las comunidades más vulnerables, en vez de urbanizar garantizando el derecho humano a la vida, de forma digna. El término exacto que utilizó para describir la situación a nivel internacional fue que ya no resultaba “sexy” para los gobiernos estatales y municipales garantizar el derecho a la vivienda en las ciudades. Todo lo contrario, el sector público está siendo el principal promotor de determinados procesos urbanísticos pasando a ser cómplice de la especulación y las dinámicas económicas del libre mercado inmobiliario.

Ese mismo día, poco antes de irme a dormir, recibí un mensaje de alguien que necesitaba ayuda urgente porque había recibido una orden de desalojo de un banco indicándole que debía abandonar – en apenas dos semanas – la propiedad donde vive hace años. Una propiedad que perteneció a su familia por décadas y que se ha convertido no sólo en su residencia y la de otros familiares sino en un espacio imprescindible de trabajo y producción. Somos parte de una clase media que, dada la difícil situación económica y la falta de oportunidades de empleo, nos estamos auto-empleando y auto-explotando (haciendo todas las maromas posibles: ofertando clases, produciendo cosas, recurriendo al Uber o el Airbnb…) para, a duras penas, llegar a fin de mes.

Temo mucho y es, de hecho, lo que percibo a diario en mis extensas caminatas por Santurce y me confirman las conversaciones cotidianas: cada vez habrá más gente sin techo o resolviéndoselas para contar con una espacio donde sobrevivir. Incluso trabajando duramente, habrá quien no va a poder generar el ingreso mínimo que le permita costearse un vivienda adecuada. Peor aún, hay mucha gente que por su edad u otras limitaciones no está en condición de trabajar y, como no reciben asistencia social, se están quedando en la calle; literalmente. Así he visto a una vecina de Machuchal que pasó de alquilar un cuartito a vivir a la intemperie arrastrando lo poco que le queda en un carrito de hacer la compra. De lo que hablo es de una crisis social muy profunda y aguda. Que nadie pase por alto que la falta de oportunidades y servicios básicos se va a traducir en peor salud física, emocional y anímica, en mucha mayor inseguridad, en un profundo empobrecimiento y, por ahí, un largo etcétera. ¿Cómo nos organizamos para enfrentar este enorme reto, para crear nuevas oportunidades, para intercambiar saberes y recursos, para desarrollar bases y redes de apoyo mutuo? Son muchas las preguntas pero con voluntad podemos comenzar a ensayar alternativas para generar las posibles respuestas. ¡De que hay gente comprometida con ello, sí que la hay!